Es significativo que Joaquín Torres García comience esta conferencia adjudicándole al método del artista un carácter funcional. Pretender depurar la representación del mundo a través de signos funcionales a un determinado orden, a una proporción y un ritmo que constituyen “la estructura”, a su juicio, símbolo de la unidad universal. Su cercanía en París a Ozenfant [Amèdèe] y a Charles Edouard Jeanneret (conocido posteriormente como Le Corbusier; ambos fundadores del Purismo), pudo haber propiciado tal analogía entre “funcionalismos” tan dispares como son los de la arquitectura moderna y del arte abstracto. La geometría orgánica, que caracteriza la obra torresgarciana, sería la quintaesencia de un cierto funcionalismo de los elementos plásticos al servicio de lo que llama un Orden trascendental: “función de elementos plásticos determinada por una relación de equivalencias exactas”. Por otra parte, el aspecto abstracto (los signos referentes del constructivismo) sería la dimensión “espiritual” que marca su historicidad (el ser actual, el “ser de hoy”); mientras que la autonomía del objeto-signo sería su dimensión concreta, tributaria de un concepto “atemporal” (eterno) de valor universal estético y moral. Tal es la distinción (y al mismo tiempo la relación) que JTG establece entre la condición abstracta y la condición concreta del arte moderno y, en su muy particular enfoque, del Arte Constructivo. Al definir de esta manera su “modo de hacer” arte, el maestro uruguayo enfatiza la posibilidad de que el mismo tenga un carácter anónimo; y no por falta de individualidad, sino por apego a “reglas universales” que apartan del camino toda idea de genialidad (“¡que no haya más genios sobre la tierra!”, escribe él) así como de individualismo protagónico. En suma, “deshumanizar” el arte sería rechazar los moldes que históricamente determinaron qué era “lo humano, lo clásico, lo romántico”. Tal afirmación debe verse desde la perspectiva de una larga lucha librada por JTG, en su pintura, entre lo que él consideraba su lado clásico y su lado romántico, según lo demuestran sus cartas a Rafael Barradas. Un pleito que tratará de resolver poniendo de acuerdo a ambos aspectos (aunque minimizando el último) en el meollo doctrinal constructivista. En este sentido, no resulta menor su afirmación de que tanto “lo romántico” como “lo poemático” están para ser vividos, pero no para ser pintados. El trasfondo de este asunto proviene de un libro que marcó época, cuando tanto Barradas como JTG se encontraban en España, trátase de La deshumanización del arte (1925) escrito por el pensador José Ortega y Gasset. [Como lectura complementaria, véase en el archivo digital ICAA los textos escritos por Joaquín Torres García: “Con respecto a una futura creación literaria” (doc. no. 730292); “Lección 132. El hombre americano y el arte de América” (doc. no. 832022); “Mi opinión sobre la exposición de artistas norteamericanos: contribución” (doc. no. 833512); “Nuestro problema de arte en América: lección VI del ciclo de conferencias dictado en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo” (doc. no. 731106); “Introducción [en] Universalismo Constructivo” (doc. no. 1242032); “Sentido de lo moderno [en Universalismo Constructivo]” (doc. no. 1242015); “Bases y fundamentos del arte constructivo” (doc. no. 1242058); y “Manifiesto 2, Constructivo 100%” (doc. no. 1250878)].