Lo primero que hace Joaquín Torres García (1874–1949) es rectificar los datos biográficos errados que presenta el artículo de N.B. (Norberto Berdía, 1900–83), señalando, entre otras cosas, que no fue en París, sino en Fiésole, “bien lejos de las grandes urbes del capitalismo” donde comenzó a concebir su teoría de un arte “que fuese para todos los tiempos y para todos los hombres”. El maestro se reafirma en un individualismo radical cuando argumenta que su arte no es para el pueblo, aunque tampoco para el burgués ni para ninguna élite: “solamente sigo mi pensamiento”. Oblicuamente, esta afirmación de JTG se dirige contra la noción de “individuo afiliado” que implícitamente opera en el partidismo político de un arte convencionalmente identificado como “realismo social”. El autor se siente en pugna no solamente con Berdía, sino con la propia filosofía marxista que ese pintor representa según la versión provinciana de la CTIU (Confederación de Trabajadores Intelectuales del Uruguay). Subraya: “Seguir el pensamiento propio, según quiere el marxismo, es un crimen”; y se pregunta: “¿Por entrar en la ideología marxista ya seré buen artista?”.
Por otra parte, en cuanto al argumento de que él es un artista burgués apoyado en la noción romántica del genio, JTG responde airadamente: “Este arte mío, podría, por la manera como está concebido, llegar a ser un arte colectivo, impersonal”; a seguir, ubica la noción de “arte colectivo” en el plano de un arte practicado por una colectividad creyente en el constructivismo, separándola así de la noción del “realismo social”, para la cual el arte colectivo representa temas y conflictos sociales que atañen al colectivo. Es interesante la crítica que JTG sugiere respecto a los nacionalismos implícitos en el arte realista de la época; afirma que Hitler combatió el arte moderno (y el primitivismo involucrado en él) por lo que éste tiene de universal, del mismo modo que ha sido condenado en Italia, en España y en Norteamérica (en los años treinta Estados Unidos cultivaba un muralismo de raíz identitaria y nacionalista).
Por último, el texto reafirma la separación radical entre el arte y todo elemento extra-artístico que pretenda juntársele, continuando la línea de especificidad estética consagrada por el movimiento moderno. JTG lo dice crudamente: [lo anhela N.B. es] “arte de propaganda, pero no arte constructivo, que correspondería a una época también constructiva”.
[Como lectura complementaria, véase en el archivo digital ICAA los textos escritos por Joaquín Torres García: “Con respecto a una futura creación literaria” (doc. no. 730292); “Lección 132. El hombre americano y el arte de América” (doc. no. 832022); “Mi opinión sobre la exposición de artistas norteamericanos: contribución” (doc. no. 833512); “Nuestro problema de arte en América: lección VI del ciclo de conferencias dictado en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo” (doc. no. 731106); “Introducción [en] Universalismo Constructivo” (doc. no. 1242032); “Sentido de lo moderno [en Universalismo Constructivo]” (doc. no. 1242015); “Bases y fundamentos del arte constructivo” (doc. no. 1242058); y “Manifiesto 2, Constructivo 100%” (doc. no. 1250878)].