En 1978, el pintor Oswaldo Vigas (1926?2014) regresa a la escena expositiva en Venezuela después de una ausencia de cuatro años. La obra presentada hereda soluciones plásticas experimentadas en el pasado, lo cual da pie a la reflexión —por parte de algunos críticos— sobre la legitimidad de la reiteración en el proceso creativo; o sea, del propio trabajo como fuente en la búsqueda creativa. En este punto —una suerte de “retorno” a temáticas anteriores de Vigas— su obra gana en la balanza crítica: la reiteración no es vista como repetición sino como consecuencia y fidelidad a un discurso existencial, en este caso, de raigambre americana.
El juicio de Juan Liscano (1915–2001), escritor y crítico venezolano, entraña una renovada contraposición entre tendencias líricas y analíticas, entendidas aquí como el “arte tecnológico” que cede ante los avatares del mercado. En otras palabras, sus soluciones se comprenden como una especie de declaración de principios a favor del expresionismo hecha en el momento de gran auge del arte cinético y del nuevo realismo. La apuesta se dirige a la pintura como lenguaje en sí —ya no figurativa ni abstracta—, expresión de contenidos representativos y simbólicos. Otra reflexión sobre este momento en la trayectoria del artista la ofrece Roberto Guevara en su artículo “Vigas: proceso abierto” [doc. no. 1152753], publicado en El Nacional, Caracas, 24 de octubre de 1978, A4.
Respecto a la obra de Oswaldo Vigas, consulte el ensayo de Marta Traba “Oswaldo Vigas / Pinturas 1943 – 1973” [doc. no. 1106962]; los textos de Roberto Montero Castro “Vigas en el ojo ajeno - Plástica e identidad latinoamericana” [doc. no. 1153266] y “Oswaldo Vigas: la lucha por descubrir la identidad americana” [doc. no. 1168108]; lo escrito por Joaquín Gabaldón en “La monstruosidad en el arte” [doc. no. 850831]; el artículo de Lenelina Delgado “De la pintura al tapiz” [doc. no. 1153365]; y el artículo de A. Feltra “Vigas sufre de afán publicitario” [doc. no. 1155580].