La conferencia que el pintor Cándido Portinari (1903–62) brinda el 12 de setiembre de 1947, en el teatro Verdi de Montevideo, bajo el título “Sentido Social del Arte”, replantea, en la pintura, la dicotomía consabida entre forma y contenido. Vívese en Uruguay un momento en el que —tanto desde el TTG (Taller Torres García) como desde los indicios de una abstracción geométrica rioplatense— la idea de figuración era cuestionada con rigor y dureza. Sin embargo, ese discurso de Portinari tenía la “virtud” de convocar con éxito al romanticismo ecléctico que imperó a lo largo del tiempo en el pensamiento estético y político del campo cultural montevideano. A pesar de ser combatido con hostilidad desde el TTG, Portinari fue elogiado por políticos y gente destacada de distintas tendencias, por artistas y reconocidos militantes católicos contrarios de la postura comunista que el brasileño predicó entre intelectuales de Montevideo. Lo peculiar del discurso de Portinari es su confianza en la matriz educativa para un arte social: el individuo no solo debe ser educado como artista, sino educado como “ser social solidario”, sensible al padecimiento colectivo. Aun cuando reconoce que el “tema” no es lo específico en la plástica, Portinari reivindica su consideración que “hace legible” al cuadro “para bien de los que luchan…”.
En 1947, Portinari visita Montevideo —permaneciendo largo período en la ciudad—, catorce años después del pasaje de otro artista-cometa: David Alfaro Siqueiros (1896–1974). Se había desarrollado en Uruguay entre esos años de 1933 y 1947 un arte con sentido social allegado a los lineamientos formales del muralismo mexicano. La estadía de Portinari, sus exposiciones (septiembre de 1947 y abril de 1948), y el hecho de que en Montevideo comienza los bocetos para su gran mural A Primeira Missa no Brasil, lo convierten en referencia de un “arte de izquierdas”. No obstante, su realismo está imbuido de un misticismo, de una lírica humanista, y de una influencia de las corrientes postcubistas en el arte europeo, que diametralmente lo distancian del mexicano. En efecto, Portinari quiso mostrar que el legado del arte moderno era fuente inagotable de recursos de lenguaje que podían ser puestos al servicio de una temática realista, adecuada a las exigencias ético-políticas de la segunda posguerra. De alguna manera, Portinari instala en la capital uruguaya la idea de un arte realista de “estilo moderno”; un arte politizado (con pautas nacionalistas) que ostente su complicidad con los presupuestos formales de la modernidad.
[Como lectura complementaria, véanse en el archivo digital ICAA los siguientes textos sobre la presencia de Portinari en Uruguay: de Guido Castillo “Cándido Portinari no es un creador” (doc .no 1263707); de Alfonso Domínguez “Latitud Sur 34º, Longitud 58º Oeste. Exposición Cándido Portinari” (doc. no. 1226448); de Cipriano S. Vitureira “La libertad en Portinari” (doc. no. 1225346) y “La Primera Misa, mural de Cándido Portinari” (doc. no. 1312738); y de Lelio Landucci “Portinari” (doc. no. 1312931)].