En 1946, el crítico Cipriano Santiago Vitureira (1907–77) ya había pronunciado una conferencia en el Ateneo de Montevideo, bajo el título de “Sentido Humanista de la Pintura Brasileña Contemporánea”. La dio con motivo de inaugurarse una exposición de 35 litografías brasileñas y, en ella, mostró interés por el estudio de la cultura artística en el vecino país. En este artículo, Vitureira destaca la “majestuosidad y elegancia” del dibujo, el “clasicismo de la forma” y el “respeto por la historia” en la obra A Primeira Missa no Brasil de Candido Portinari (1903–62). Parecen ser atributos de una pintura del siglo XIX, pero Vitureira señala que están al servicio del “sentido moderno de la belleza plástica” en esta obra. De alguna manera, el autor está llamando la atención sobre las diferencias con la pintura del mexicano David Alfaro Siqueiros, aunque sus afirmaciones parecen sugerir la pintura coetánea del TTG (Taller Torres García), que cultivaba una pintura “ahistórica”, contraria a la “majestuosidad y la elegancia” y para quien “lo clásico” no era atributo del tipo de dibujo, sino una tendencia constructiva en busca de la Gran Tradición, como diría JTG.
En 1947, Portinari visita Montevideo —permaneciendo largo período en la ciudad—, catorce años después del pasaje de otro artista-cometa: David Alfaro Siquieros (1896–1974). Se había desarrollado en Uruguay entre esos años de 1933 y 1947 un arte con sentido social allegado a los lineamientos formales del muralismo mexicano. La estadía de Portinari, sus exposiciones (septiembre de 1947 y abril de 1948), y el hecho de que en Montevideo comienza los bocetos para su gran mural A Primeira Missa no Brasil, lo convierten en referencia de un “arte de izquierdas”. No obstante, su realismo está imbuido de un misticismo, de una lírica humanista, y de una influencia de las corrientes postcubistas en el arte europeo, que diametralmente lo distancian del mexicano. En efecto, Portinari quiso mostrar que el legado del arte moderno era fuente inagotable de recursos de lenguaje que podían ser puestos al servicio de una temática realista, adecuada a las exigencias ético-políticas de la segunda posguerra. De alguna manera, Portinari instala en la capital uruguaya la idea de un arte realista de “estilo moderno”; un arte politizado (con pautas nacionalistas) que ostente su complicidad con los presupuestos formales de la modernidad. La exposición de Portinari en Montevideo tuvo en ese contexto una amplia acogida, particularmente por parte de sectores intelectuales vinculados a la izquierda política, pero también de sectores más conservadores de convicción católica, ya que el artista brasileño cultivaba un trasfondo cristiano en sus figuras humanas. Tuvo fuertes críticas del sector liderado por Joaquín Torres García (1874–1949) por realizar una pintura “imitativa” y únicamente preocupada por transmitir estados emocionales.
[Como lectura complementaria, véanse en el archivo digital ICAA los siguientes textos sobre la presencia de Portinari en Uruguay: “Sentido social del arte”, de Portinari (doc. no. 1313089); “Cándido Portinari no es un creador”, de Guido Castillo (doc .no 1263707); “Latitud Sur 34º, Longitud 58º Oeste. Exposición Cándido Portinari”, de Alfonso Domínguez (doc. no. 1226448); “La libertad en Portinari”, de Cipriano S. Vitureira (doc. no. 1225346); y “Portinari”, de Lelio Landucci (doc. no. 1312931)].