El escritor, periodista, traductor, crítico de arte Manuel Abril (1884–1943) realizó para la revista de Barcelona Vell I Nou [Lo viejo y lo nuevo] un análisis de la obra del artista uruguayo Rafael Barradas (1890– 1929) publicado más tarde en el catálogo de Barradas, muestra realizada en Montevideo en 1930. [Véase en el archivo digital ICAA: “Rafael Barradas” de Vicente Basso Maglio (doc. no. 1243440); “Barradas pintor de eternidad” de Artur Perucho (doc. no. 1243392)]. Admirador de la obra del pintor (el uruguayo ilustró libros infantiles de Abril y realizó la escenografía teatral para la obra El portal de Belén del mismo autor) compartió con él un momento muy particular de la renovación artística en España. Ambos participaron tanto de tertulias madrileñas como de emprendimientos artísticos vinculados con los grupos renovadores en literatura, teatro y actividad plástica de ese país. Más aún, colaboraron en las mismas revistas (Tableros, Alfar, Ultra, entre otras). Vell i Nou (publicación barcelonesa editada por Galerías Layetanas) contó, entre sus colaboradores con Joaquín Torres García (1874−1949). En el presente ensayo, Abril afirma la doble filiación de Barradas: uruguayo hijo de españoles [véase “Barradas el uruguayo” de Julio J. Casal (doc. no. 1197352)]. Para el autor, el sudamericano conjugó las propuestas de los nuevos ismos europeos con las necesidades culturales de su tiempo y lugar. Enfatiza Abril que su carácter antiacadémico y revolucionario, sus tanteos a veces algebraicos (propios del cubismo), la dinamicidad de fuerzas vivas (propia del futurismo) y la desproporción (de cuño “salvajista” o fauve). Considera que se trata de tanteos debidos a su predisposición ante lo nuevo; sin embargo, destaca su “consistencia y oficio”, los parentescos intangibles de su afán renovador con ecos de la historia del arte. La modernidad, entonces, emerge de lo que Barradas ve de ella en relación a los pueblos, gentes y ciudades de España. Esto es, elige sus temas y resoluciones plásticas con la capacidad de hacer emerger sus características intrínsecas y no literarias a partir de resoluciones plásticas; o sea, tiene el don de desentrañar “el objeto que representa”, por lo que los ismos emergen de la realidad sin falsas posturas.