La artista Lygia Clark propone que haya una actitud en equipo entre arquitectos y artistas cuando operen al alimón y puedan, juntos, hallar soluciones innovadoras y auténticas para las artes plásticas. Es de la idea de que “arte y vida” se fundan para que el hombre (con)viva en un ámbito de armonía. Al haber prescindido ya de su carácter expresivo, el arte concreto es capaz de partir del módulo arquitectónico para postular (basándose en el trabajo conjunto con los arquitectos) un ambiente que sea, “por sí mismo, expresivo”. Partiendo del módulo propuesto por el arquitecto, el artista está en condiciones de componer una armonía rítmica que se integre al ambiente. Clark explica, a seguir, el concepto de sus “líneas orgánicas”, las cuales parten de las líneas funcionales de empalmes y articulaciones de los materiales que forman la superficie, resultando esto en lo que la artista denomina en su serie como “superficies moduladas”. Presenta algunas maquetas que ilustran su texto como el inicio de una experiencia de integración de las artes, un concepto promovido teóricamente en Brasil por el crítico Mário Pedrosa. En él se estaría involucrando a pintores, escultores, arquitectos y sicólogos, estos últimos colaborando en el estudio de las relaciones del individuo con armonías cromáticas. Clark señala la práctica de llevar ese pensamiento a aplicarlo tanto en casas prefabricadas como en escenografías teatrales; a su juicio, esto redundaría en una colectivización del arte donde arquitectos y artistas operaran integrados desde el inicio del proyecto.  

Este texto muestra cómo los artistas concretos (a los que se integraban todavía los que después se denominarán “neoconcretos” como Lygia Clark) se comprometían en esa época de los cincuenta a una eventual “integración de las artes”. Insistían, además, en cómo dicha propuesta sería capaz de construir una novedad cualitativa del arte partiéndose de la experiencia artística, lo que posteriormente cuajará por medio de la idea de un arte ambiental. 

La trayectoria de la artista brasileña Lygia Clark (1920–88) se extiende desde finales de los años cuarenta hasta la década de los ochenta. Tras una breve producción de lienzos con temas de índole figurativa en los cincuenta, Clark se une a un grupo de artistas de Río de Janeiro (inicialmente conocido como Grupo Frente y encabezado por Ivan Serpa) que, siguiendo los pasos de São Paulo, pasan a integrar el movimiento de arte concreto en Brasil. El texto del crítico de arte Ferreira Gullar, bajo el título de “I Exposição Nacional de Arte Concreta: 2 ? O grupo do Rio” [doc. no. 1090217], describe y comenta las obras producidas por Clark y demás participantes de la muestra de 1956. Al final de esa década, ella pasa a configurar el movimiento radicalmente cuestionador de la postura concreta (bajo el inusitado prefijo de “neo”), el cual sale a la luz con el lanzamiento del “Manifesto Neoconcreto” (1959) redactado por Ferreira Gullar y con artistas como Franz Weissmann, Amílcar de Castro, Lygia Pape, Reynaldo Jardim (dedicado a asuntos teatrales) y el poeta Theon Spanudis, participantes de la mencionada I Exposição de Arte Neoconcreta (1959) en Río.

A su vez, Ferreira Gullar también ponderó la obra de Clark como si fuera un transcurso en su texto de 1960 titulado “Do quadro ao não objeto” [doc. no. 1091272]. Para un análisis crítico en torno a su trayectoria artística en el ámbito internacional hasta la década de los ochenta, consúltese el ensayo de 1994 “Lygia Clark: In Search of the Body” [doc. no. 1232526], escrito por el curador inglés y crítico de arte Guy Brett, quien acompañó la carrera de la artista desde sus primordios.