El conocido escritor Sebastián Salazar Bondy considera que, como en el caso de Sérvulo Gutiérrez, hay vidas y obras “que promueven el debate, que parecen destinadas a ser combatidas aún después de haber cesado”. Concuerda con Juan Ríos en que, al margen de la validez o no de las ideas expuestas, “una actitud adversa a la pintura de Sérvulo” resultaba incomprensible con el espíritu requerido por todo homenaje de carácter público. Señala Salazar Bondy que a Sérvulo Gutiérrez se le reprocha, por lo general, “haber sido demasiado espontáneo, intuitivo, violento e incontrolado en su quehacer creador”. Advierte en ello no solo desconocimiento del aprendizaje de Gutiérrez con el pintor argentino Emilio Pettoruti, sino del propio proceso creativo de la mayoría de artistas. En este sentido, responde al pretendido carácter “literario” asignado a parte de la obra de Gutiérrez, señalando aquella característica como más cercana al tipo de obra pictórica basada en teoría, abstracta o no. Concede que la sola alusión simbólica a un contenido nacional no valida un cuadro figurativo, pero tampoco una pura “armonía cromática semejante a ésta o aquella expresión de la cerámica o el arte textil precolombinos”. Su autenticidad —definida por el autor a una pretensa “nacionalidad”— no recae en el lenguaje sino en un grado emocional que estéticamente se va transfigurando en una realidad autónoma. En este sentido, el pintor peruano fue de los pocos que atisbaron en la pintura peruana ese “hito en el desarrollo de nuestra pobre cultura”.