Acogida y exhibida en Lima (junio de 1954) por el diario La Crónica, la exposición de arte mexicano confrontó al medio local con la plástica moderna de ese país. Aunque no era la primera ocasión en la que se mostraban obras de ese origen, la magnitud de la muestra superaba todos sus precedentes. Su importancia era incuestionable en un contexto polarizado por el debate en torno a la abstracción; polémica abierta el mes anterior por la exposición de algunos pintores italianos contemporáneos. Ese marco tornó más significativa la discusión sobre las obras de México, acentuada incluso por el frecuente paralelo cultural establecido entre ese país y el Perú. Uno de los críticos destacados de la abstracción, el escritor Sebastián Salazar Bondy (1924–65), dedicó dos enfáticos artículos a valorar la exhibición mexicana, proponiéndola como ejemplo de un arte “nacional” que es, a la vez, contemporáneo. [Véase en el archivo digital ICAA, “Artes Plásticas (7 de junio de 1954) (doc. no. 1137991) y “Artes Plásticas (9 de junio de 1954)” (doc. no. 1138006), de Bondy]. En respuesta a ello, el principal ideólogo del modernismo local, arquitecto Luis Miró Quesada Garland (1914–94), rechazó la existencia de una “escuela” mexicana, al remarcar sus deudas formales con la modernidad europea [“En blanca y negra...”, de Garland (doc. no. 1138030)]. Sin embargo, la reflexión más sistemática estuvo a cargo de uno de los organizadores de la exposición, el ensayista y pintor aficionado Alejandro Lora Risco (1918–2001); quien puso en destaque la figura de Rufino Tamayo (1899–1991) como posibilidad de una expresión artística “mestiza”. Su validez radicaba en despojar a la “americanidad” de cualquier programa o anécdota, identificando al unísono universalidad y cultura occidental [véanse los artículos de Alejandro Lora Risco: “Hacia la indigenización de nuestro concepto del mundo” (doc. no. 1150993); “Hacia la indigenización de nuestro concepto del mundo” (doc. no. 1151010)].