Con un breve esbozo histórico del grabado en madera, “el medio más auténtico del lenguaje gráfico”, el autor establece nexos entre la gráfica expresionista —los grupos Brücke [Puentes], Blaue Reiter [Caballero Azul] y Sturm [Tormenta]— y, en el caso brasileño, Lasar Segall, a su juicio el más completo artista y dibujante brasileño, amén de los más destacados en el resurgimiento del grabado en el siglo XX: Oswaldo Goeldi y Lívio Abramo. Este último se cimienta por el tipo de corte que provoca haciendo surcos en la madera que proyectan luces para la construcción de formas, depuradas y camino a la abstracción. En su texto, Geraldo Ferraz hace un cotejo entre el Lívio periodista (mediocre) y el Lívio grabador [atento a los eventos en su crítica implacable contra el nazi-fascismo y los “nacionales” contrarios a la República Española (1936?39)]. Clasificado inicialmente entre los “artistas o pintores suburbanos” (Mário de Andrade dixit), Abramo privilegia la zona periférica de São Paulo y sus modos de vida, aunándolos a un tratamiento gráfico y/o plástico escueto, y montando su lectura gráfica al lado de su denuncia social. Esto es, se preocupa más por los modos de sobrevivencia que por una postura político-ideológica determinada. Le interesa al autor la integración de los grabados en proyectos editoriales, destacando las ilustraciones de Goeldi y Leskoschek para las obras completas de Fiodor Dostoievski publicadas por José Olympio Editora; y los 27 xilograbados de Abramo para el libro Pelo Sertão [Por la región noreste] de Afonso Arinos. Finalmente, el autor contrapone el toque “gótico” del artista gráfico flamenco Frans Masereel y el gusto “mediterráneo” de Lívio, particularmente gracias a las “reverberaciones griegas y pompeyanas” que emanan de sus dibujos para las series de santería, “Macumba”.