El crítico José Hernán Aguilar pone de manifiesto un enfrentamiento en el campo artístico colombiano, cuyos intereses se confrontan empleando la definición de “arte contemporáneo” como caballito de batalla. Asegura el autor que críticos, artistas y proyectos “conservadores” están empleando argumentos incoherentes y reaccionarios (“con claras connotaciones comerciales”) para defender la supremacía de ciertas figuras hegemónicas en la escena artística nacional. Para todos ellos, “la vanguardia (la renovación) fue buena en un tiempo pero no ahora”. Críticos como Marta Traba y Germán Rubiano incurren en una confusión terminológica al presentar como “vanguardistas” propuestas que, pese a su innovación iconográfica, conservan “el marco dorado (o el pecho de paloma)”. En el lado opuesto, a juicio de Aguilar, el crítico de arte Eduardo Serrano representa un faro luminoso que, por su apuesta clara por cualquier manifestación “experimentadora y joven”, se ha convertido en “el político experimentador que presenta la plataforma más audaz”. A pesar de la insipiencia de sus propuestas plásticas (con algunas excepciones), Aguilar considera que los artistas congregados en el VII Salón Atenas lograron brindar un testimonio de su tiempo a través de las obras de los siguientes artistas: Jaime Gómez, Mónica Negret, Julián Posada, Pedro Ramos, Patricia Restrepo, María Rueda, Rosemberg Sandoval y Fabiola Sequera.