La reseña “De nuevo Los Disidentes” es un documento de interés por ser revelador de la voz y modo de pensar de la gran mayoría del público, e inclusive de muchos intelectuales de la Caracas de inicios de la década de los cincuenta. A pesar de la brevedad de esta crónica —y más allá de ser también expresión de la reacción tajante hacia la actitud de los disidentes traducida en frases como “en verdad este número de Los Disidentes le eriza la piel a cualquiera”, o bien “la Escuela de Caracas será arrasada entre gritos terribles de victoria”— la reseña es testimonio de los valores y criterios de la crítica y la crónica de aquel momento específico. Esto se hace evidente al juzgar (más que analizar) a los artistas del grupo disidente y sus obras realizadas en París. Cuando se habla del artista, se pondera su honestidad moral; con respecto a las obras, se les atribuye (o no) valores intrínsecos y permanentes. Por otra parte, la reseña considera que el artista actúa según su vocación y su temperamento; es más, que la obra obedece a la influencia de factores tanto ambientales como de época. A los autores (tal vez autor) de la reseña le(s) resultó intolerable “la manera irrespetuosa” como Carlos González Bogen había tratado a un hombre y artista honesto como Manuel Cabré en su artículo sobre los paisajistas de la Escuela de Caracas (Los Disidentes Nº 2, París, 1950), considerando que se trataba de una figura destacada de la plástica contemporánea de Venezuela. Una de las cosas que alegan sobre el valor de Cabré es que, siendo amigo dilecto de máximos dirigentes del gobierno, podía estar ocupando altos cargos si así lo hubiese deseado y que, sin embargo, había optado por vivir de su arte. Este criterio de valoración de un artista y su obra será uno de los puntos que González Bogen comentará a seguir en el artículo que, bajo el mismo título, “‘De nuevo’ Los Disidentes” [doc. no. 813667], publica en el Número 5 de la revista Los Disidentes.