El artículo es expresión casi caricaturesca de lo que, a partir de los años cuarenta, se dio en llamar “generación crítica” (el término es de Ángel Rama) entre escritores, artistas y ensayistas uruguayos. Un criticismo que depositaba en lo medular de las tradiciones intelectuales locales la culpa por un presunto atraso y provincianismo detestables. A su juicio, esto impedía que surgiera una promoción de pensadores abiertos a los nuevos vientos culturales que internacionalmente comenzaban a hacerse sentir en la posguerra. Este “complejo de inferioridad”, unido a la rebeldía generada en ciertos sectores del campo cultural, tuvo consecuencias importantes en las décadas siguientes de los cincuenta y sesenta. Ya aparece en este Manifiesto 2 de Guido Castillo (1922–2011) planteado exageradamente como estigma nacional. Sin embargo, dando continuidad a un argumento antes manifestado por Joaquín Torres García (1874–1949), el articulista sostiene que este “vacío” de enjundiosas tradiciones locales y esta suerte de constante “titubeo” artístico —sin referencias fuertes con las cuales construir teoría y fundamento de orientaciones estéticas— puede considerarse una ventaja; sobre todo a la hora de intentar fundar un arte nuevo, un arte sobre poco menos que tierra virgen. Al citar nombres, Castillo lo hace tanto para criticar con dureza a Zoma Baitler, pintor naturalista que curiosamente frecuentó el TTG (Taller Torres García) con admiración hacia el maestro, como para hacer un elogio pasajero a Francisco Matto, otro discípulo del TTG. Este último caso, sin embargo, tuvo sólida convicción constructivista y, en sus inicios, había estudiado profundamente el universo pictórico de Henri Matisse. La crítica de Castillo reincide sobre Eduardo Amézaga y Norberto Berdía, siendo el primero autodidacta y, el segundo, un antiguo discípulo del argentino Ramón Gómez Cornet que luego se sumó al grupo del “realismo social”, manteniendo polémica con JTG en 1934, recién desembarcado en Uruguay. Procurando coherencia de su discurso, el autor encuentra verdadera pintura en las “pequeñas” obras de dos miembros del TTG: Augusto Torres (1913–92) y Julio Alpuy (1919–2009), argumentando que carecen de los alardes literarios de Amézaga y Berdía y, en cambio, que se pronuncian por la pintura como tal, como “hecho plástico en sí”. [Para más información, consulte en el archivo digital ICAA de Joaquín Torres García “Manifiesto 1. Contestando a N.B.” (doc. no. 1228450)].