La vanguardia de los sesenta en Uruguay y demás países de América Latina (aún contando con fuertes vínculos hacia las élites artísticas de Occidente) reflejaba un sentimiento social-territorial correspondiente a ideas antiimperialistas, consolidándose en el ámbito político y dando lugar a nuevas exploraciones en el ámbito cultural. En este período, en Uruguay, algunos artistas emergentes huían del concepto elitista de “arte”, marcando una ruptura con el valor tradicional del objeto artístico y llevando a cabo prácticas entendidas como vehículos de estrecha relación entre “el arte y la vida”. Se comienza a experimentar con el arte de acción, el cual, poco a poco, adquiere un protagonismo de incidencia política y mediática en Latinoamérica. Se desarrollaron happenings, performances e instalaciones que retomaban (consciente o inconscientemente) los montajes artísticos introducidos en veladas futuristas o sesiones dadaístas de principios del siglo XX. En el Río de la Plata, artistas como la argentina Marta Minujín (n. 1943), los uruguayos Clemente Padín (n. 1939) y/o Teresa Vila (1931–2009) recurrieron al performance como modo o instrumento para la construcción de otro tipo de subjetividad, vía ironía, ya sea del cuestionamiento a “lo instituido” o bien de la reivindicación de los derechos de las minorías.
[Como lectura complementaria, véanse en el archivo digital ICAA los siguientes textos: “Las veredas de la Patria Chica. Exposición homenaje a Teresa Vila”, de Haroldo González (doc. no. 1249835); y “Acción para meditar” (doc. no. 1250336) y “La magia de la voz” (doc. no. 1250311), ambos de María Luisa Torrens].