En 1985, a propósito de la visita a Montevideo del crítico Jorge Romero Brest (1905–89) para participar como jurado en la muestra municipal de artes plásticas, el semanario Jaque realiza una entrevista anónima; en ella, reflexiona con escepticismo sobre temas culturales y artísticos. Durante décadas, el crítico argentino fue un referente de la crítica de arte en Latinoamérica, llegando a ser el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (1955–63), amén de docente, crítico, editor y director de revistas de crítica artística (Ver y Estimar, entre otras). En la década de los sesenta, Romero Brest fue el director del Departamento de Arte del Instituto Di Tella de Buenos Aires, cuyas manifestaciones innovadoras colocaron a la institución como uno de los focos del experimentalismo vanguardista en América Latina [véase al respecto en el archivo digital ICAA de Romero Brest “La problemática del arte latinoamericano” (doc. no. 805676)]. En esta entrevista en Uruguay, sus juicios son vistos como “tajantes y catastrofistas” y ubican al “descreído crítico de la cultura” como un agitado “posmoderno”. Como muestra de su desfachatez, anunció públicamente la “falta de vigencia cultural del cuadro de caballete”. A decir verdad, lo caduco de dicho proceder artístico fue denunciado mucho antes por el muralista, activista político (y también pintor de caballete) David Alfaro Siqueiros en su manifiesto del Ejercicio Plástico desarrollado, conjuntamente en Buenos Aires (1933), con el equipo ejecutor que incluía a Antonio Berni y Lino Enea Spilimbergo, entre otros. Por otra parte, las consideraciones culturales de Romero Brest disparan hacia el imaginario cultural latinoamericano al que considera una construcción mental fuera de la realidad: “Latinoamérica no existe […] es un gran cuento utópico”. En esencia, su internacionalismo se saltea el continente y sus países debido a su inconsistencia artística propia. La existencia de grandes pintores no implica para él una gran pintura nacional si sus artistas provienen de matrices externas; en otras palabras, las reivindicaciones particulares de cada país no son más que “historia de un nacionalismo barato”. Aun así, mantiene, personalmente con Uruguay, “un reconocimiento emocional” y su presencia en esos años ochenta reviste, a su juicio (de profesión apolítica), el carácter de “ayuda a la democracia recién instalada”. No era la primera vez que Romero Brest visitaba Uruguay; su oposición en su país al peronismo ocasionó su exclusión laboral, teniendo que realizar actividad docente en Uruguay a inicios de la década de los cincuenta (en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación y Agrupación Universitaria, con gran influencia en futuros críticos en el ámbito local). Enemigo de los concursos, Romero Brest manifiesta arrepentimiento por haber aceptado ser jurado del actual evento, actitud que recuerda las eternas posturas ambiguas de otros críticos.