Esta “Segunda nota” es, en cierta forma, una ampliación del primer artículo, “Abstraccionismo y carillones” [doc. no. 850810]. Con él se origina una polémica con varios interlocutores, artistas y escritores apologéticos o detractores del nuevo arte. Siendo Mario Briceño Iragorry (1897–1958) un intelectual formado en el humanismo cristiano y, como tal, apegado a valores de la tradición (entre ellos el nacionalismo), no extraña mucho la actitud de rechazo asumida respecto al arte abstracto. Tal era una postura compartida por autores y artistas identificados con el paisajismo y el realismo social, las dos expresiones artísticas predominantes durante esa época en Venezuela, tanto en el gusto de la gente como en el mercado. A diferencia del primer artículo, en esta “nota” —como la define, con falsa modestia— lo que se revela más es el sociólogo, y hasta político, al intentar encontrar valores en el arte que, a su juicio, representa una muestra más de la invasión imperialista. Así lo vincula con sentimientos de angustia, pero también con deseos de evasión ante aquellos conflictos generados —en su opinión— por el capitalismo. Aunque reconoce no ser un especialista, se atreve a especular acerca del sentido, origen o fin del arte abstracto, no sin un dejo de ironía. Su último párrafo, donde enumera, entre displicente e irónico, la supuesta axiología del arte abstracto, es un buen ejemplo de escritura que se sabe agotada e impotente ante novedades incomprensibles para quien defiende, como valor universal, la pintura representativa.
Este artículo, como el anterior, fueron motivados por la primera exposición de arte abstracto, entre marzo y mayo del 1952, promovida por la galería Cuatro Muros, a cargo de los pintores Mateo Manaure y Carlos González Bogen, del ya desaparecido grupo de vanguardia Los Disidentes (París, 1950), defensor del nuevo arte. El primer artículo de Briceño Iragorry fue impugnado en “Alejandro Otero polemiza con Mario Briceño Iragorry a propósito de arte abstracto”, dando origen al segundo debate venezolano sobre el tema, luego del iniciado por Miguel Arroyo y César Rengifo en 1948. Ambos artículos de Briceño Iragorry reaparecen en su libro El hijo de Agar (Caracas: Ediciones Independencia, 1954); incluso fueron recopilados por Roldán Esteva-Grillet en el Volumen II de Fuentes documentales y críticas sobre las artes plásticas venezolanas: siglos XIX y XX (Caracas: Universidad Central de Venezuela, 2001).