Aunque se haya concentrado en la labor docente del pintor Alberto da Veiga Guignard (1896–1962) en Belo Horizonte, el escritor y crítico Mário de Andrade (1893–1945) pondera en este texto aspectos relacionados a las condiciones de la enseñanza artística en el Brasil, sobre todo la que escapa al ámbito académico de las bellas artes. En ese sentido, aprovecha para comentar la experiencia efímera (aunque paradigmática) del Instituto de Artes da Universidade do Distrito Federal (en aquella época en Río de Janeiro), entre 1935 y 1939, donde impartieron clases los pintores Candido Portinari (1903−1962) y el propio Guignard.
El Instituto de Belas Artes de la capital de Minas Gerais a la que se refiere el escritor llega a formar, en efecto, a algunos artistas importantes que descollarán hacia finales de la década de los cuarenta; entre ellos, los escultores Amílcar de Castro (1920–2002), Farnese de Andrade (1926–96), Franz Weissmann (1911–2005) y Mary Vieira (1927–2001).
Sintomáticamente, el fallecimiento del maestro Guignard, en 1962, trajo como consecuencia el final de una etapa importante en dicha institución; la cual, tiempo después, fue reinaugurada bajo el nombre de Fundação Escola Guignard como tributo al artista. En la actualidad, la escuela ha sido incorporada al Departamento de Artes Plásticas da Universidade Estadual de Minas Gerais.