La argumentación de este segundo artículo señala varios puntos importantes que levanta Marta Traba (1923−83) sobre el Taller Torres García (TT-G) y la teoría universalista sobre la cual está fundado. Sin embargo, es en este escrito en particular donde Traba logra distanciarse un poco de la fuerte crítica que le había hecho anteriormente al sistema constructivo; sin tapujos señala aspectos positivos sobre el artista recién llegado a Bogotá. Es en este escrito donde Julio Alpuy (1919−2009) ya no es visto únicamente como un integrante de la Escuela del Sur ni del TT-G, sino que ella procede a analizarlo como individuo y con una voz artística propia. Incluso lo ve logrando sugerir ya una distancia radical frente al sistema torresgarciano insinuada en su obra.
Desde la perspectiva de Traba, la obra de Alpuy —sumergida en una lealtad y honestidad incuestionables hacia su maestro— se aleja totalmente de ciertas búsquedas modernas que habían caracterizado al arte de su época. Traba afirma que esa constante de “descubrir al indio, pero cabalgando sobre las formas nuevas inventadas por los europeos” —caracterizada en su texto como un afán americanista y modernista— no se da ya en este uruguayo. De hecho, su obra llega a sorprender por la dificultad que le impone al crítico para reconocer formas derivativas de tendencias europeas (como el cubismo o el expresionismo). Situaciones tan comunes, a juicio de Traba, en artistas colombianos ya sea Alejandro Obregón (1920−90) o bien Eduardo Ramírez Villamizar (1922−2004).
Aun así, a pesar de estas ligeras apreciaciones, Traba reitera una vez más el fatalismo al que está condenado todo discípulo de las ortodoxas enseñanzas de Joaquín Torres García (1875−1949). Los considera seguidores no de un sistema pictórico sino de un dogma, hecho que les dificulta encontrar una libertad personal y un estilo propio.
Este texto de Marta Traba debe leerse en conjunto con el artículo “Torres García en Bogotá” [doc. no. 1105127].