La carta del pintor Darío Jiménez Villegas (1919-80) es la elocuente expresión de un artista prolífico que, en sus escritos, dejó entrever su visión del mundo y amor por su tierra natal: Ibagué (Departamento de Tolima). En el catálogo de la retrospectiva Darío Jiménez: Exposición antológica 1938-1980, realizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá (en 1987) y organizada por Carolina Ponce de León, se publicó una selección de textos cortos de Jiménez. Entre ellos se encuentra esta carta y traen a la luz su sensibilidad e interés por la cultura popular, así como también sus conocimientos sobre literatura e historia del arte universal. Con lenguaje lírico, Jiménez exalta la mujer de Ibagué, el color de la pintura, manifestando incluso su defensa del retrato debido a que, en su ejecución, según Jiménez, hay que penetrar ese arcano que contiene la fisonomía humana.
Jiménez Villegas vivió en la ciudad de Ibagué en “modesto retiro” del mundo del arte y pintó con un dramatismo propio de su expresionismo. Asistió a cursos en la Escuela de Bellas Artes (hoy Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia) que impartían maestros de la talla de Luis Alberto Acuña (1904–84) e Ignacio Gómez Jaramillo (1910–70). Entre 1944 y 1948, Jiménez residió en la Ciudad de México y allí expuso con el pintor Jorge Elías Triana (1921-99) bajo auspicios de Gómez Jaramillo [véase “Dos pintores colombianos”, doc. no. 1098556]. En esa oportunidad, Jiménez recibió el apoyo del pintor mexicano José Clemente Orozco (1883–1949) y el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) adquirió un cuadro suyo. Al transcurrir los años y ante los escasos comentarios sobre su obra, el pintor afirmó: “Siempre he creído ser como un remoto descendiente de Botticelli y tener algo maldito en cuanto al reconocimiento de mi talento se refiere”. Ese reconocimiento que esperaba en vida, fue un tributo póstumo con la exposición de 1987. Las crisis tanto alcohólica como económica producto de su vida bohemia fueron bien comprendidas por su amigo Alberto Suárez Casas —coleccionista de arte prestigioso en Ibagué— quien se interesó en su obra. Más aún, fue el depositario de sus escritos íntimos desde los años sesenta. En 1979, Suárez organizó una exposición retrospectiva en la Galería Belarca, pocos meses antes de la muerte murió del pintor.