En este simposio de 1949 organizado por la SATMA en Río de Janeiro, dos grupos de conferencistas toman posiciones; unos al lado del realismo —Emiliano Di Cavalcanti (1897–1976), Quirino Campofiorito (1902–93) y Tomás Santa Rosa (1909–56)—, mientras otros se alinean como intelectuales defensores de la abstracción como Mário Pedrosa (1900−81), el crítico belga Léon Degand (1907–58) y Antonio Bento [de Araújo Lima] (1902–88), siendo este último el menos enfático en su toma de posición.
Dedicado, en aquella época, a una abierta militancia por el realismo, Di Cavalcanti confiesa creer en la “participación del artista en la vida social de su pueblo”, al paso que la abstracción sería entendida como un elogio a un “subjetivismo cada vez más hermético que lleva al artista a la desesperación de una soledad inevitable”. Volcado al punto de querer comparar con la lucha de clases la diferencia existente entre figuración y abstracción, el pintor modernista participante de la Semana de Arte Moderna de 1922 [véase doc. no. 781808] recurre a metáforas aplicables al surrealismo y al abstraccionismo; en cierto momento llega a definirlos como “calle estrecha que agrada sólo a aquellos refinados que gustan de la podredumbre”.
En su crítica al arte abstracto, Quirino Campofiorito se une al grupo de artistas que, en esa época, apoyaban las ideas de Di Cavalcanti, definiendo, a su vez, los trabajos abstractos como aquellos que presentan “condiciones decorativas en sus colores y formas” [doc. no. 1085881].