Este es uno de los pocos artículos dedicados a la producción artística del artista colombiano Miguel Díaz Vargas (1886–1956) durante su estadía en España. Francisco Antonio Cano (1865–1935) fue un artista coterráneo, comentarista del arte e ilustrador, que había ido a estudiar a París en 1898 con una beca del gobierno. A su regreso al país, se interesó por el camino que tomaba la obra de los estudiantes colombianos en el extranjero, expuestos a las novedades europeas, y se centró en el desconcierto que vivía el público ante las nuevas manifestaciones artísticas europeas (el cubismo, el ultraimpresionismo, etc.), e incluso indoamericanistas, tales como la obra del muralista mexicano Diego Rivera (1986–1957). Cano presenta aquí las bases de su juicio estético. Siguiendo los parámetros de la estética clásica, plantea que la obra de arte debe tener, como norma, la naturaleza, respetando la composición, el buen dibujo, y la excelencia técnica. El ejercicio de aplicar estas pautas naturalistas da como resultado obras con carácter en donde la belleza va de la mano con la verdad como, a su juicio, sucede en la producción reciente de Díaz Vargas. Díaz Vargas participó de los paisajistas de la Escuela de la Sabana, siendo más conocido por sus cuadros del nacionalismo costumbrista en los que resaltan los rasgos y acciones propias de los campesinos (en su pintura colombiana) y de las gitanas (en su período español). En 1926, ganó una beca del gobierno español para estudiar en la Real Academia de San Fernando en Madrid (1926–30) y, posteriormente ganó otra beca de residente para estudiar en Granada, con el maestro Manuel Morcillo. A lo largo de su vida participó activamente en la vida artística nacional a través de diversas exposiciones. Fue docente de la Escuela Normal Superior y de la Escuela de Bellas Artes en donde introdujo la cátedra de grabado; ocupó en dos ocasiones el cargo de director de esta última. En 1930, cuando Cano escribe este artículo, Díaz Vargas ya había representado a Colombia en la exposición de Sevilla y había participado en otras muestras en Madrid. Cano hace referencia aquí a cinco cuadros del artista: Las gitanas del Sacromonte, La gitana, Cabeza de mujer, Abandono y Paquita destacando el adelanto en el trabajo del artista, gracias a su disciplinada labor, que se puede ver en el seguimiento hecho a las normas del arte clásico.