Este artículo se publica en 1981. Es decir, luego de una década en la que muchos artistas colombianos volvieron a la bidimensionalidad, a la figuración y, como consecuencia, a una recuperación de la representación. Para algunos críticos —Serrano entre ellos—, la mayoría de estas manifestaciones eran facilistas y conservadoras. Este artículo forma parte de la discusión que hubo en la época en el país alrededor del concepto de Realismo, que para algunos debía superar los límites académicos de imitación de la realidad desde la observación, como también los límites de lo testimonial y crítica social. Esta reflexión sobre la relación entre arte y realidad permitirá abrir el camino a un arte en Colombia que desplaza la labor “artesanal” del artista, y le da primacía al trabajo intelectual y conceptual. Eduardo Serrano (nac. 1939) desde su actividad como columnista de arte —escribió en el periódico El Tiempo (Bogotá, 1972–74) y ocasionalmente en la Revista del Arte y la Arquitectura (Medellín, 1979–81)— así como curador —primero, en la Galería Belarca (Bogotá,1969–76), y más tarde en el Museo de Arte Moderno (1972–94)— estimuló a jóvenes artistas de la década de los setenta especialmente a aquellos que incursionaron en una obra, en sus propias palabras, “de vanguardia”, en la medida que aportaban y experimentaban con nuevos conceptos (arte efímero), y nuevos medios (fotografía, instalaciones, performance) hasta entonces ausentes en el arte colombiano. Miguel Ángel Rojas (nac. 1946) es un artista que mezcla su oficio con la experimentación y se aparta de aquellos que abordan la realidad con parámetros estrictamente académicos. En Grano, Rojas apuesta por un realismo divergente; interpreta y aborda la realidad conceptualmente involucrando herramientas técnicas cercanas al dibujo, al grabado, la fotografía y las “ambientaciones” (espacios ambientales, hoy conocidos como instalaciones).