En este artículo, el crítico e historiador de arte Charles Merewether plantea que obras como las de Doris Salcedo cumplen un papel ético y social en sociedades donde predomina una violencia cotidiana y donde el dolor de víctimas y familiares permanece relegado al ámbito privado. Merewether analiza los cambios que la obra de Doris Salcedo atraviesa entre finales de la década de los ochenta y principios de los noventa: las motivaciones de la artista, la relación con otros escultores —tales como los alemanes Joseph Beuys y Eva Hesse—, los problemas que enfrenta y su interacción con víctimas de la violencia y sus familiares. Las obras realizadas por Salcedo posibilitan, en opinión del autor, la transferencia de las experiencias privadas a espacios públicos (galerías o museos) donde los sentimientos de dolor y de pérdida pueden, gracias a ello, ser vividos de manera colectiva. Tal vivencia permite, a su vez, construir un sentido de comunidad que combate el miedo y el aislamiento generados por los hechos violentos, así como vincular esos espacios públicos al ámbito de las vivencias privadas. A través de la utilización de objetos domésticos y materiales orgánicos (como metáforas del cuerpo), la intervención del espacio-entorno y los procesos y gestos realizados por ella al elaborar las obras, Salcedo “genera una forma de significado simbólico y afectivo”. Sus diferentes obras son, a juicio de Merewether, “metáforas del proceso de la violencia” con las que la artista desafía tanto los poderes políticos que pretenden aterrorizar a la población como las limitaciones propias de las diferentes formas de representación visual.