En este polémico ensayo, el pintor Alejandro Otero (1921–90) cuestiona la originalidad del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919?99), por cuanto en sus obras se revelan con demasiada claridad los modelos artísticos de que parte, tanto en el tratamiento de las figuras como en el color y la composición. Con una puntualización que pretende ser didáctica (pero que termina siendo descalificadora), Otero hunde su bisturí analítico en el revelamiento de aquellas influencias artísticas más notables en la obra y técnica del ecuatoriano. En su opinión, Guayasamín —aún en sus 34 años de edad y a pesar de la autenticidad que le reconoce—nunca pudo alcanzar un lenguaje plástico propio en que las influencias se transformaran en solución personalizada. El pintor venezolano encuentra la mayor debilidad de Guayasamín en la base literaria, descriptiva, de los temas sociales, incluso en su propio despliegue expositivo a manera de capítulos de un libro. Este ensayo originó una nueva polémica sobre la pervivencia del realismo social ante la irrupción de las vanguardias abstractas en el medio artístico venezolano; intervinieron, entre otros, Francisco Salazar Martínez, Carlos Augusto León, Sergio Antillano y el diplomático y crítico francés Gastón Diehl.
Guayasamín aprovechó su estadía en Caracas para realizar una obra mural para el Centro Simón Bolívar, proyecto del arquitecto Cipriano Domínguez, donde también colaborarían otros pintores venezolanos como César Rengifo (realista) y Carlos González Bogen (abstracto, si bien su obra ha desaparecido), lo cual, incuestionablemente, evidencia la ausencia de una filiación artística determinada de parte del régimen dictatorial de entonces.
El texto está reproducido en Alejandro Otero, Memoria Crítica, compilación y selección de Douglas Monroy y Luisa Pérez Gil (Caracas: Monte Ávila Editores/Galería de Arte Nacional, 1993).