Ricardo Romo analiza en este ensayo la vibrante tradición del muralismo mexicano, declarando como objetivos tanto el examen de la evolución histórica de los murales pintados en los estados fronterizos de los Estados Unidos (California, Arizona, Nuevo México y Tejas) como la evaluación de sus principales temas y significados. Romo sugiere que el movimiento chicano moderno ocurrió como resultado de tres momentos culturales distintos: el desarrollo de las tradiciones artísticas populares en la región fronteriza; el movimiento muralista mexicano de la década de treinta y la presencia artística de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros en los Estados Unidos; más aún, la capacitación de muralistas estadounidenses durante el New Deal (periodo de políticas económicas intervencionistas), que dio lugar al aumento de proyectos a gran escala realizados por muralistas chicanos en la década de sesenta. Romo analiza debidamente cada uno de estos fenómenos individualmente, vinculando cada uno de ellos con las corrientes específicas del muralismo chicano contemporáneo. A seguir, resume la serie de temas y sus expresiones en los murales de toda la región fronteriza; entre ellos, diversas reflexiones sobre la vida y la muerte, caracterizadas por referencias a la iconografía popularizada por José Guadalupe Posada. Otros de los temas en juego son la relación de la religión con la sociedad y la larga influencia del catolicismo, las condiciones socioeconómicas y la lucha del sindicato agrario United Farm Workers, los conflictos políticos urbanos y las políticas de inmigración, aunados todos ellos a cuestiones sobre las disputas localizadas e internacionales, la guerra y la opresión. La conclusión de Romo es una reflexión sobre los cambios ocurridos en los murales de la región fronteriza desde los inicios del movimiento, con la cual detalla los nuevos retos relativos a la conservación de obras existentes y recalca el papel social clave de los murales como continua fuente de orgullo para sus comunidades.