En este ensayo, Tomás Ybarra-Frausto esboza los orígenes y los caminos seguidos tanto por el Chicano Movement como por el Chicano Art Movement desde sus inicios en la década de sesenta hasta los noventa. El objetivo de ambos movimientos era la autodeterminación política. El Chicano Art Movement procuraba, además, unir la realidad vivida con la imaginación, pretendiendo con ello asegurar que el público comprendiese el aspecto edificante de la estética y la realidad social reflejadas en los trabajos de los artistas. Para crear este “nuevo arte para el pueblo”, los artistas emplearon experiencias compartidas y tradiciones de arte comunal; trataron de erradicar las distinciones entre “las bellas artes” y el “arte popular”; e incluso aprovecharon fuentes de inspiración vernáculas tales como almanaques, imágenes religiosas, carteles y la cultura de la juventud. De ahí que los artistas del Chicano Movement se hayan valido, también, de actitudes y posturas colectivas bien definidas como el rasquachismo —término que denota una perspectiva de “los de abajo” contra el poderoso adoptando una estética de adaptabilidad y de recursos. El autor escribe que, hacia 1975, entre los objetivos del Chicano Art Movement que se habían conseguido estaban la creación de un núcleo de signos plásticos, el mantenimiento de estructuras, de espacios y formas alternativas, amén de la continuación de programas muralistas. Al mismo tiempo, la comunidad chicana también había sufrido cambios radicales. Tanto el Chicano Art Movement a escala nacional como la acción política colectiva, ambos habían perdido fuerza, mientras que un gran número de chicanos había accedido a la clase profesional, experimentando así el fenómeno de la movilidad social. Uno de los nuevos asuntos que pugnaba por abrirse camino era la consideración de América como un continente y no como un país. Mientras tanto, el establishment artístico se vio incómodamente forzado a aceptar el arte chicano bajo la rúbrica del pluralismo.; o sea, a la par que reconocedor de la diversidad, éste también era útil para mercantilizar el arte, con ello asegurando que las nuevas ideas, una vez pasado su momento de fama, se hicieran descartables. En última instancia, los chicanos de los Estados Unidos comenzaron a emplear complejos mecanismos de negociación política. Según Ybarra-Frausto, hubo dos estrategias que se esforzaron denodadamente en prevalecer: el intento de romper el consenso generado por el mainstream a través de una desafiante idea de “otredad”, y, por otra parte, lograr el reconocimiento de nuevas interconexiones.