Martí Casanovas responde en este texto a la carta de Franz Tamayo analizando la pregunta sobre la dirección que debería tomar el desarrollo de la cultura indígena americana. Diferenciando su filosofía de la Tamayo, Casanovas explica que él considera que las fuentes de expresión indígenas deberían constituir y generar la vitalidad de esta nueva cultura, mientras que Tamayo cree que debería estar constituida por sus formas. Casanovas escribe que sus diferencias, en realidad, se reducen a los diferentes enfoques ante la pregunta esencial de lo que en realidad constituye la cultura que, según sostiene, debe hallarse en la expresión de las personas vivas, y no en las formas. Explica que, en México, la cultura presenta su mayor vitalidad en manos de los indígenas que producen obras en las Escuelas al Aire Libre, y no en las antiguas civilizaciones. Pone en duda la relevancia contemporánea de la valoración de la forma clasicista, de los valores del equilibrio y balance. La cultura contemporánea, según explica, no se puede expresar de manera inmediata en los términos formales y estéticos de las bellas artes, y sostiene, por el contrario, que debemos dirigir nuestras miradas hacia la humilde cultura popular ya que, durante el proceso, se inventarán nuevas formas estéticas que verdaderamente reflejarán el espíritu de los pueblos de las Américas. Los artistas y poetas que de manera genuina y con éxito han creado la cultura indígena americana lo han hecho al expresar cualidades emocionales esencialmente americanas, y no representando aspectos pintorescos o anecdóticos de América. Casanovas concluye afirmando su “mexicanismo” y sugiriendo que la cultura mexicana puede servir como modelo para toda América puesto que ha incorporado de forma exitosa a las “masas de población indígena” en su nueva cultura postrevolucionaria.