Hiram Bingham narra en este texto los dos días a a su “descubrimiento” de la capital inca de Machu Picchu. Escribiendo en primera persona, comienza el relato describiendo la marcha con sus compañeros (un naturalista y un médico de los Estados Unidos, además de un guía peruano armado) por el espectacularmente bello cañón del Río Urubamba. Bingham narra que el grupo se topó en el camino con un hombre que vivía en una choza hecha de forrajes, a quien pagó para que lo ayudara a encontrar el “palacio del último inca”. El hombre sabía de unas ruinas situadas en la cresta de una colina llamada Machu Picchu, y al día siguiente condujo a Bingham y al guía peruano por la selva hasta ese local. Bingham narra, en estilo dramático, la manera que tuvieron que afrontar una peligrosa caminata por la jungla hasta llegar a una remota meseta donde hallaron a un grupo de indígenas trabajando la tierra en terrazas incas. Prosiguieron su camino sin muchas expectativas de encontrar nada pero, tras descubrir diversos pedazos de mampostería ocultos bajo raíces y hojas, se vieron sorprendidos en medio de una plaza desde donde podían vislumbrar un lugar con ruinas incas cuyo significado se hizo de inmediato evidente. Bingham describe las estructuras del local en gran detalle, incluido el método de construcción, el color y las formas de las piedras, las paredes, los nichos, los patios y plazas, sugiriendo incluso posibles usos de algunas de las estructuras. Finalmente, ofrece la conjetura de que, debido a la presencia de tres ventanas ceremoniales que atraviesan determinado muro, Bingham tal vez haya encontrado la primera y última de las ciudades incas.