En este texto, Mariano Picón-Salas elogia la grandeza del arte de Diego Rivera y relata la enorme presencia de su personaje en la vida pública. Comienza relatando cómo, a la manera de los grandes maestros del Renacimiento italiano, la figura de Rivera se ha convertido en mucho más que un artista. El mismo Rivera ha contribuido al hecho de que en su biografía se haya mezclado el mito y la historia, y que ante ello aún así la prensa haya seguido cautivada por los avatares de su vida personal. No obstante, lo que verdaderamente preocupa a Picón-Salas, según resalta, es la prodigiosa producción de grandes murales realizados por Rivera, y la manera cómo, en el transcurso de la elaboración de esos murales, ha creado por completo una “nueva mitología de las tierras y gentes de México”. Uno de los puntos fuertes de los murales de Rivera es la forma en que representa sus narraciones con fluidez lírica aunque, Picón-Salas advierte, en verdad es la destreza de Rivera con la forma y el color lo que engrandece su obra (para añadir que aquellos que intentan imitar superficialmente sus escenas nativas fracasan al no contar con sus mismas aptitudes formales). Al exponer la manera en que Rivera se marchó de París, donde fue un precoz participante de su ambiente artístico, en la búsqueda (a través de Italia y luego México) de su propio estilo con el que pintar a México, Picón-Salas finalmente mantiene que el genio de Rivera y su mexicanidad recaen en el uso del color para evocar el misterio del México indígena.