En un clima efervescente donde cada toma de posición individual se asociaba con el curso que seguiría una humanidad amenazada por el fascismo, ese 3 de noviembre de 1936 —y ante un Congreso de Escritores que se aproximaba, el intelectual guatemalteco radicado en México Luis Cardoza y Aragón (1901-92), retomó la iniciativa de debatir respecto a las condiciones del arte frente a la revolución. El escritor sugería hacerlo de manera directa, y en el seno mismo de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR); no obstante que poco antes rechazara sus argumentos.
Seguro de sus planteamientos, pues tras una aparente simplicidad, cada propuesta disponía de un complejo de argumentaciones de autores marxistas, Cardoza reclamaba una trascripción puntual del debate, y a partir de la cual se realizara un impreso. Pero la inercia prevaleciente traicionó sus expectativas. Los pocos que compartían su opinión guardaron cauteloso silencio mientras la mayoría lo acallaba, más con consignas y gritos que con argumentos. Por su lugar destacado dentro del pensamiento marxista de América Latina, el escritor y activista politico cubano Juan Marinello (1898-1977), de paso por México, asumió la ofensiva en contra de Cardoza, cuyas intervenciones ni siquiera eran transcritas en la versión estenográfica. De manera que éste debió publicar semanas más tarde una síntesis de sus planteamientos en la revista de la Universidad Obrera, UO, dirigida por Vicente Lombardo Toledano. Lo hizo en un artículo intitulado, "Servir la revolución; servirse de la revolución"(ver doc. no. 779791). Aun así, Cardoza y Aragón se mantuvo dentro de las filas de la organización, sin renegar de sus ideas.