Diego Rivera señala que está en todo su derecho de responder a las declaraciones realizadas por los alumnos de la Facultad de Arquitectura en su contra. Sin embargo, a pesar de las amenazas recibidas por parte de los estudiantes, no se retracta ni retira una sóla palabra de lo dicho en su discurso, el cual no insulta a nadie. Por el contrario, expone una serie de verdades sobre el terreno de la estética y lo social. Comenta Rivera que al referirse en su discurso sobre la oposición de la Facultad de Arquitectura al nuevo Plan de Estudios de la Escuela de Artes Plásticas (presentado por él y aceptado por el Consejo Universitario), lo hizo sólo para hacer un reconocimiento público. Reconocimiento a la comisión por haberlo aprobado, dando así la oportunidad de construir una escuela de arte que corresponda a las necesidades profesionales y sociales tanto de los trabajadores del arte en México como de los obreros en general. El pintor afirma que, con el mencionado plan, no se trataba de formar arquitectos sino de enseñar a pintores y escultores; la arquitectura quedando como trasfondo estructural para su desarrollo profesional. Además indica que el principal propósito es hacer accesible el arte al mayor número de trabajadores para la mejoría material e intelectual de su vida. Finalmente, Rivera aclara algunos aspectos de sus finanzas personales como respuesta a lo que se publicó sobre su vida privada, donde lo llamaron: fantoche, farsante, falso revolucionario, enriquecido y burgués, entre otros apelativos. Por otra parte, el autor da la cifra del monto recibido por los murales de la Secretaría de Educación Pública (SEP), comparándolo con lo que recibe por obras vendidas en Estados Unidos y Europa, donde, argumenta, sí aprecian su pintura.