El artículo del pintor venezolano Marcos Castillo (1897–1966), publicado en 1951 —el mismo año en que se celebra la primera retrospectiva de obras de Armando Reverón—, se destaca dentro de la profusa crónica reveroniana de género periodístico, al brindarnos la reflexión aguda de un pintor contemporáneo frente a la producción pictórica de Macuto. A pesar de su brevedad, el texto contiene interesantes aportes sobre la visualidad reveroniana y sus estrategias técnicas. En este sentido, Castillo pasa a ser uno de los pioneros —después de Pascual Navarro, el también pintor que publica en 1945 el ensayo “El solitario de Macuto. Más lejos que Monet, que Sisley, que Renoir”— de una postura crítica y conceptual sobre la obra de Reverón involucrada en los aspectos plásticos. Castillo observa, por ejemplo, que “los cuadros de Reverón son más bien de orden plástico que cromáticos”; analiza fenómenos como la luz en su retina, la decoloración de sus obras, la presencia de la tela, la opacidad o sequedad mate de sus cuadros; hablando incluso de “la grima” que el óleo producía al artista. Se trata de la mirada práctica e inobjetable del especialista en asuntos pictóricos, no usual en esa época de la historia venezolana. De hecho, sus observaciones anticipan estudios más profundos —esporádicos incluso por lo especializados—que, años después, abordarán los mismos problemas. Tal es el caso del texto “El puro mirar de Reverón” de Miguel Arroyo, publicado en 1979, donde el autor se refiere a la “sabiduría visual y pictórica” de Reverón, destacando su notoria “aversión al brillo”; lo cual lo “lleva emplear temples, especialmente en los empastes, y a escoger bases mate y de mucha absorción”.
El artículo de Marcos Castillo fue reproducido en el libro compilado por Willy Aranguren y Juan Calzadilla, Reverón. 18 Testimonios (Caracas: Lagoven, 1979).