Son dos los aspectos más interesantes de este artículo del crítico y poeta venezolano Enrique Planchart Loynaz (1894–1953). En primer lugar, se refiere a artistas que comienzan a madurar; aún Reverón no ha iniciado lo que será definido por Alfredo Boulton como la “época blanca” (1924–37) de años después, período al que pertenecen los paisajes más admirados por la crítica y el público en general; en ese momento, Reverón todavía no se ha consagrado como gran artista de la modernidad plástica venezolana. En segundo lugar, el texto de Planchart constituye una pieza representativa de los primordios de la crítica especializada en artes visuales en Venezuela, y de la cual Planchart es incuestionable pionero. Avanzado el siglo XX, puede observarse cómo el discurso crítico se constituye a partir de asociaciones y analogías de lo propiamente plástico con estados emocionales y sensaciones, introduciendo incluso algunos juicios éticos, huellas aún de características inherentes a la sensibilidad decimonónica. Los temas, los colores, las formas son asociados a muy especiales estados de ánimo o clima pictórico. No obstante, en el caso específico reveroniano, Planchart observa rasgos que más tarde transmiten ya valores principales y distintivos de su lenguaje; entre ellos, la capital importancia del efecto de la luz sobre el objeto, que Planchart describe como “un ambiente lleno de luz pulverizada”; o bien de la presencia del soporte, cuando se refiere a que “las telas confiesan su hechura”. Planchart firma y fecha al final de su artículo: “Caracas, 7 de enero de 1920”.
Entre 1918 y 1920 comienza a disolverse el Círculo de Bellas Artes como agrupación y, a la par, da inicio la consolidación de la obra individual de los llamados “Maestros del Círculo de Bellas Artes”. Además de la muestra de Monasterios y Reverón en 1920, se presentó también una exposición de Manuel Cabré.
Respecto a la obra de Rafael Monasterios, consulte la reseña de Carlos Augusto León “Monasterios, cantor de la tierra” [doc. no. 1171863].