En opinión del poeta y crítico Ferreira Gullar, el problema intrínseco al carácter nacional del arte se vincula a la condición de dependencia cultural de un país determinado; y lo ejemplifica diciendo que lo mismo no sería una cuestión a plantear sobre la producción de un pintor europeo. En la América Latina, el plano de la cultura en formación —trazado en los años setenta— es un reflejo del nacionalismo alcanzado cuando las propias “nociones convencionales de nacionalismo dejaron de servir”. Esto adquiere una creciente expresión con el predominio, en esa época, de gobiernos castrenses diseminados por toda Sudamérica; al mismo tiempo que responde a transformaciones recientes ocurridas dentro y fuera del continente localizables en el seno del desarrollismo. Por un lado, la conquista de autonomía de las manifestaciones culturales latinoamericanas; y, del otro, el agotamiento de las formas estéticas provenientes de las metrópolis, las cuales, durante siglos, sirvieron de nuestros referentes. En el caso específico brasileño —y con objeto de abarcar desde las expresiones arcaicas, folclóricas, populares y artesanales hasta otras oriundas de la cultura urbana, dinámica y contemporánea—, este no permite limitarse a un determinado trazo de índole particular ni tampoco debe ser considerado sólo a partir de un criterio restricto de “arte nacional”. A juicio de Ferreira Gullar, toda la capacidad creativa del artista implica trascender ya sea lo local o bien lo regional, procurando con ello alcanzar expresión de cuño universal: de ser así, la obra se haría “universal” por su contenido y “nacional” por su forma. La obra de Tarsila do Amaral, destacada por él, es dada como ejemplo. Si la valoración de lo nacional fue uno de los propósitos de la generación “modernista” de 1922, en el caso de la pintora, más allá de las influencias y estudios en el exterior (talleres de Fernand Léger y André Lhote), el elemento regional de sus cuadros fue “el factor determinante en el hallazgo de su personalidad artística”.