El periodista y futuro historiador del periodismo, Agustín Agüeros, emprende una defensa de la exposición de artistas mexicanos pensionados en Europa, realizada en la Academia Nacional de Bellas Artes, a mediados de 1906. En un esfuerzo de objetividad alejando su crítica tanto de los comentarios negativos a la muestra, como de los que la alaban sin medida. Fustiga a los críticos que no ven entre los mexicanos madera de artistas, y encuentra méritos suficientes en el presente artístico para distinguirlo de un pasado académico sombrío. En tal sentido, resalta que la muestra sólo incluya la obra de pintores y escultores mexicanos, a diferencia de otras muestras similares. Celebra, asimismo, la ausencia del influjo impresionista (con sus derivaciones) en el grupo de participantes, así como de la moda en general. Si bien su balance no es laudatorio en relación a la calidad del conjunto de obras, es un buen testimonio del cambio en la concepción y sensibilidad plástica de la época; sobre todo al hacer notar, por ejemplo, la preponderancia de temas de la naturaleza sobre los religiosos e históricos. Considera que varios de los pintores jóvenes (entre quienes menciona a Alfredo Ramos Martínez, Leandro Izaguirre, Francisco Goitia, Gonzalo Argüelles Bringas y Diego Rivera) se inclinan por el estudio del natural, “enamorados de la belleza o el encanto de una escena”.