Signado por todos los muralistas, el Manifiesto del Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores (SOTPE), de 1923, se singulariza por ser uno de los contadísimos documentos realmente vanguardistas de México. No obstante, lo significativo del artículo es que, cuando José Clemente Orozoco (1883-1949) lo escribe, ya no es él el joven recién incorporado al muralismo, defensor de su postura ante otro grupo de pintores en busca de una alternancia, los cuales (aglutinados brevemente bajo el pintor Manuel Rodríguez Lozano y el grupo conocido como Los Contemporáneos) no congeniaban con el muralismo. Ahora, con todo aquel tiempo transcurrido, Orozco critica lo que antes compartía. Se da una diatriba bastante amplia en contra del “arte proletario” al cual considera “hijo legítimo” de Manifiesto, y consistente en “pinturas que representaban obreros trabajando y que se suponían destinadas a los obreros”. Eso fue un error ya que sólo fomentó que los burgueses (contra los cuales estaba dirigido dicho arte) lo compraran y sus “casas burguesas estaban llenas de muebles y objetos proletarios como petates, sillas de tules, ollas de barro…”. En cuanto al indigenismo, Orozco asumiría lo que identifica la propuesta de Ida Rodríguez Prampolini en su artículo “La figura del indio en la pintura del siglo XIX, fondo ideológico”. A juicio de ella, “los muralistas introducen al indio como actor de revoluciones, como explotado, como revindicador, como héroe anónimo, como triunfador, de mil maneras, pero siempre en el marco verdadero: el de la lucha de pobres contra ricos, de desposeídos contra poseedores, de víctimas contra verdugos”.