En la época, más de 30,000 niños carecían de escuela y el 65,7% de la población era analfabeta. Aunque en el período vasconcelista (1921-23) se habían construido nuevas escuelas, bajo la dirección del arquitecto Carlos Obregón Santacilia se edificaron el Centro Escolar Benito Juárez, Centro Escolar Belisario Domínguez, la Escuela Gabriela Mistral en honor a la poetisa chilena, entonces colaboradora en las campañas de alfabetización mexicana, y la Escuela Malinalxóchitl, entre otras. El problema es que tales escuelas resultaban demasiado costosas, tanto por los materiales requeridos como el ornamento de los locales. La población nacional era de 16, 600, 000 habitantes, aproximadamente, de los cuales el 40% estaban en edad escolar (considerada entre 5 y 24 años). La solución al problema fueron las escuelas funcionalistas con el anhelo de ahorrar y construir edificios en base a las prioridades del momento; ésto sin olvidar jamás las necesidades de la niñez. La idea funcionalista que propuso Juan O’Gorman (1905-82) se sintetiza en la siguiente frase: “La forma sigue a la función”. Desde el siglo XIX, la aparición de nuevos elementos de construcción —vidrio, cemento armado, acero estructural— transformó la arquitectura y especializó la ingeniería. El ornamento se replegó ante lo útil, lo necesario, aquello que requería una sociedad industrial en plena transformación. Fábricas, bancos, industrias y escuelas alimentaron el paisaje urbano. La utilidad tenía que ir a la par de lo económico; eliminar los adornos que encarecían la obra y rezagaban su terminación. Bajo el lema de “arquitectura o revolución”, los arquitectos tuvieron que plantear sus propuestas y adaptarlas a los cambios de la época.