En estos años, Rufino Tamayo (1899-1991) se dedicó a explicar su postura estética, la cual buscaba rescatar los valores pictóricos e imaginativos de la pintura, así como "recrear" en el cuadro las características de la vida moderna presentando la universalidad del arte mexicano. Sin embargo, esta búsqueda era objeto de una intensa discusión en México. La exposición de Tamayo en la galería parisina fue importante; representaba la aceptación que tenían sus pinturas entre los críticos europeos. Los textos del catálogo estuvieron a cargo de Jean Cassou (1897-1986), director del Musée d’Art Moderne de París y del poeta surrealista André Breton (1896-1966). Cassou consideraba que no era ni por el color local, ni por la epopeya actual como descubrimos a México en la obra de Tamayo, sino por lo oscuro y profundo de sus imágenes inquietantes y por la presencia, en ellas, de un espíritu que es nuevo. Para el crítico francés, sus pinturas eran silenciosas, misteriosas; tal parece que vienen de muy lejos. Inclusive, mencionaba que Tamayo era "uno de los más grandes poetas de nuestro tiempo". A su vez, Breton, pensaba que la pintura del oaxaqueño acabaría con la discordia de los vocabularios y, en cuanto lenguaje universal, abría una vía para la comunicación entre los continentes. Desde esta perspectiva, Tamayo desarrollaba un estilo semifigurativo.