El artículo es sumamente significativo en el contexto de la crítica de arte desplegada por José Juan Tablada (1871-1945), ya que inaugura el tono laudatorio en relación a la Academia. Además, lo hace a partir de los resultados de una transformación educativa que, a la postre, brindaría frutos con varios de los artistas participantes, aunque sin olvidar la complicidad abierta o a veces velada del poeta en funciones de crítico, historiador, promotor y curador del arte mexicano. El maestro catalán Antonio Fabrés (1854-1936) encarnaba las expectativas de modernidad de Tablada y de no pocos artistas y críticos de avanzada en ese entonces. Tomaba así partido por el introductor del método de la fotografía como modelo pictórico, quien habría de renunciar al poco tiempo por sus desavenencias con el director de la institución, arquitecto Antonio Rivas Mercado (1853-1927); habiendo en juego, además, la irrupción de otros métodos de enseñanza de pintura más dinámicos y conectados con la realidad visual inmediata. Es muy probable que Tablada influyera con el flamante subsecretario de Instrucción Pública (don Justo Sierra) a punto de ser elevado a titular del ramo para la reorganización de la Academia de San Carlos.
El texto documenta, entonces, el despegue de una de las generaciones de pintores más brillante en nuestra historia, además de ideas y virtudes de un crítico muy bien ubicado en el devenir del arte y sus intríngulis como Tablada. Aunado a ello, el documento es muy valioso para investigar los alcances de la influencia ejercida por Tablada en la construcción de la vanguardia mexicana. Cruzado con su diario y sus memorias, resalta su amistad con Fabrés, con Montenegro (desde la infancia), su cercanía con Justo Sierra y, por esas fechas, con la querida sobrina de éste, Evangelina Sierra, con quien el poeta terminaría casándose por esos años.