Teresa del Conde fue una de las primeras historiadoras del arte que se interesaron en estudiar el fenómeno de las vanguardias de los años cincuenta. Su trabajo sobre Enrique Echeverría--que data de fines de los años setenta--es pionero en el análisis crítico y fundamentado del papel de esa generación en el desarrollo del arte y la cultura contemporánea de México. A través del estudio de los orígenes y la trayectoria de Echeverría, del Conde nos permite conocer las vicisitudes que los vanguardistas enfrentaron en la década de cincuenta, incluyendo ataques de parte de la Escuela Mexicana de Pintura y el acceso restricto a galerías y demás espacios de exhibición. No obstante, del Conde revela cómo estos artistas muy pronto--a fines de los años cincuenta--empezarían a recibir reconocimiento, apoyo e invitaciones de críticos e instituciones en Estados Unidos y Europa. Según se observa, este respaldo habría de traducirse en una mayor aceptación en la escena mexicana, de manera que, para fines de los sesenta y principios de los setenta, pintores jóvenes como Echeverría empezaban a ser figuras recurrentes en bienales, concursos y exposiciones colectivas. Desafortunadamente, la muerte prematura de Echeverría en 1972, impide que su obra sea tan conocida como la de otros de sus contemporáneos. De hecho, a pesar de su papel pionero dentro de la llamada Ruptura, con los años, Echeverría pasó a ser un artista relegado dentro de la historiografía del arte moderno mexicano.