Este artículo gira en torno al Salão Nacional de Belas Artes organizado por el arquitecto Lúcio Costa, explicando que la comisión organizadora resolvió no rechazar ninguna obra; siendo así, los artistas de la “vieja guardia” se negaron a participar del evento, resultando en un predominio de trabajos de artistas modernos. Al respecto, se destaca la presencia de los pintores Emiliano Di Cavalcanti, Tarsila do Amaral y Anita Malfatti. Sobre esta última, el autor, Mário de Andrade, considera que lo que ella produce en la actualidad es de orden diverso y transitorio. Entre los participantes, se pone en destaque a tres jóvenes artistas: Vitorio Gobbis, sobre quien se subraya la lógica constructiva y la sensualidad del material; Cândido Portinari, a juicio del articulista, el autor de la mejor obra del Salón; y Alberto da Veiga Guignard, cuya producción, atiborrada de fantasmas y de fluidez, se postula entre la pintura construida y la “destruida”. Se cita, inclusive, la singularidad de Ismael Nery y de Cícero Dias. Este último, de cuño más onírico, habría abandonado ya el sentimiento trágico de su fase inicial, mientras que Nery traería la presencia de una realidad paralela, dotada de una pureza extraordinaria en el seno de la cual se equilibran la invención y la plasticidad. El artículo concluye con la afirmación de que el único mal, a todas vistas, de la muestra, es su incuestionable semejanza con el famoso Salón de París.