Trátase de la "Primeira Exposição Coletiva de Arte Social", según la define Aníbal Machado. Se constituyó, en su mayoría, de dibujos y grabados, ambos, lenguajes de una “tradición revolucionaria”. Para el autor, en aquella época a medidos de los treinta, la pintura —tanto la producida en Europa como la hecha en Brasil—, pasaba por una “situación de calamidad”, o bien “se refugiaba en sí misma” o, inclusive, llegaba a aliarse a las “fuerzas de transformación universal”.
Gran entusiasta del muralismo mexicano, Machado hace un llamamiento al gobierno brasileño (del Estado Novo de Getúlio Vargas) para que tenga a bien entregar “la decoración de los muros” de edificios públicos a sus “verdaderos artistas”; mencionando entre ellos a Candido Portinari, Emiliano Di Cavalcanti, Hugo Adami, entre otros. Ellos serían capaces de crear “formas y símbolos que despierten el interés de las multitudes”. Machado coloca, en contraposición, al “arte de la élite”, “del colorido” o bien abstracto que es, a su juicio, “una invitación al placer secreto, al aislamiento o al suicidio”. Es sólo por medio de la representación de la realidad brasileña que el artista está en condiciones de trabajar con el pueblo, procurando desencadenar el proceso revolucionario en el meollo de la sociedad.
El autor comenta obras de los siguientes pintores: Oswaldo Goeldi, Tomás Santa Rosa, Emiliano Di Cavalcanti, Noemia, Ismael Nery, Alberto [da Veiga] Guignard, Paulo Werneck y Carlos Leão, entre otros, subrayando siempre, tanto la sencillez y el “vigor” de sus figuraciones así como la temática de la vida paupérrima en Brasil como siendo el objetivo de la representación. En un tono más programático, el organizador conjunto de la muestra señala “ser preciso el evitar cualquier arte que evite la realidad social”.