No es trivial que Ángel Zárraga dedicara a José Juan Tablada (1871-1945) y a Gerardo Murillo —alias el Dr. Atl (1875-1964)— su artículo, toda vez que eran las miradas e inteligencias más agudas en nuestro país para entender al propio Zárraga, un fino artista por entonces testigo de calidad del cambio artístico que se fraguaba en Europa. Al lado de otras notas sobre muestras realizadas en México, ese año (y registradas en esta base de datos), ésta da cuenta de la sintonización del arte mexicano con la modernidad de aquel momento. Época en la cual los valores académicos empiezan a quedar rezagados, así como el pasado colonial mismo.
Ángel Zárraga (1886-1946) es uno de los artistas más singulares de la tradición mexicana y uno de los que (aunque no olvidado) ha sido injustamente rescatado. Su condición de pintor a contracorriente de su contemporaneidad —tanto en lo temporal como en lo espacial, así como de los paradigmas en boga en los campos artísticos mexicano e internacional— impidió, en un momento dado, incluirlo en los esfuerzos historiográficos encaminados a la construcción de los nacionalismos. Asimismo, en nuestros días, de hacerlo parte integral de los discursos orientados a “deconstruir” dichos nacionalismos. Su notable fama en Francia no le ahorró envidias, ninguneos y reducciones mañosas. Zárraga le rechazó al Ministro de Educación José Vasconcelos (1882-1959) su invitación para integrarse al movimiento muralista mexicano (recusa similar a la que hizo Gedovius), porque aparentemente tenía múltiples compromisos en Francia o bien porque veía con recelo tanto la apropiación como la manipulación vasconceliana en torno a la filosofía que circulaba en El Ateneo de la Juventud. Quizás, a la postre, Zárraga pagaría cara la osadía; no obstante, su singularidad sigue siendo un elemento que opera en su favor y en los reposicionamientos históricos de su obra. Favorece, inclusive, sus no pocos escritos sobre arte, algunos espléndidos, como el aquí comentado.