Fernando Gamboa (1908-90) aclaraba ser erróneo creer que el público parisino solamente se había interesado por el arte prehispánico y popular, habiendo escaso interés por el resto. La verdad sea dicha: no todo mereció los mismos calificativos. En una extensión de 5,000 metros cuadrados se mostraba una sucesión histórica y temática, en la cual la muestra ofrecía una tesis de conjunto. La continuidad que Gamboa buscaba mostrar quedó marcada desde la entrada al recinto en donde destacaron dos piezas básicas que unificaban lo antiguo y lo moderno: una gran cabeza de serpiente y Homenaje a la raza India, un cuadro reciente de Tamayo, acentuando un contrapunto de épocas. Atrás, aparecía la diosa azteca Coatlicue, eje y centro de la exposición. Lo que le interesaba a Gamboa era mostrar lo fundamental y lo significativo de la mexicanidad, descartando así cualquier derivación del arte europeo de cualquier época o moda. No obstante, el propio Gamboa mencionaba que se presentó una selección completa de la pintura joven, desde el Dr. Atl hasta Luis Nishisawa. Es importante subrayar, por otra parte, que hubo artistas ignorados, como Mathias Goeritz, Gunther Gerzso, Vlady, Héctor Xavier, Alberto Gironella, José Luis Cuevas, Enrique Echeverría o José Bartolí, cuya producción no se tomó en consideración alguna.