Juan B. Climent entrevista a Manuel Rodríguez Lozano, quien deja en claro su postura en torno a la presencia de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros en el arte mexicano. Habla Lozano de la necesidad de reivindicar la figura del indígena; no obstante, desde la perspectiva de rescatar su propia esencia. Comenta que es necesario quitarle al indio esa máscara de impenetrabilidad que tiene. Para ello, propone arrancarle la tragedia y el drama, penetrando así en su alegría y su dolor; porque se trata de un pueblo introvertido que no lo mostrará fácilmente. El pintor apunta su concepto de artista, al decir que es aquel que traduce su tiempo; porque no es un problema de medios sino de contenido en la obra plástica. Señala Climent que Rodríguez Lozano se acerca al pueblo y lo retrata; pero no desde el nacionalismo pictórico, ni del indigenismo convencional o turístico, sino desde su propia atmósfera: de su ser autóctono para no deformarlo. El pintor, a su vez, le muestra orgulloso un elogio hecho por el mismo José Clemente Orozco cuando lo llama: “Pintor, rebelde contra el robo de ídolos”, lo que le causa un gran placer por no ser Rodríguez Lozano quien se alinea a la producción estatal como, a su juicio, otros lo solían hacer. Manifiesta Rodríguez Lozano, su disgusto por el hecho de que dos pintores lo acaparen todo. E insiste en la necesidad de que los artistas se dediquen a pintar y no ha hacer política o a intentar resolver los problemas de la nación. Argumenta que una obra de arte vale por su calidad humana. El artículo termina presentando algunas frases conocidas de Rodríguez Lozano con las cuales define su quehacer y su trabajo plástico; además, se exalta la obra del pintor comparándola con la de los Tres Grandes, concluyendo que se puede definir su obra con el término: “diafanidad”. Describe y analiza Climent algunas de las obras, desde la perspectiva colorística, temática, compositiva, para abundar en los viajes del pintor por el mundo. Sus largas estancias en Europa, Estado Unidos, América del Sur e incluso en África, le permitieron conocer y aprender diferentes formas estéticas. Por ello le llama el pintor del “silencio y la tragedia”. Además de apuntar su amistad con Picasso, Georges Braque y muchos grandes artistas y filósofos europeos, como José Ortega y Gasset.