Este es un artículo dedicado a la memoria del muralista José Clemente Orozco. En él, Antonio Rodríguez describe una de las más intensas obsesiones del pintor en torno a su quehacer artístico. Se refiere a la búsqueda de la luz: la posibilidad de encontrarla y plasmarla en sus obras tanto murales como de caballete. Sin embargo, reconoce el crítico de arte, en los últimos tiempos del pintor su obsesión se convirtió en la búsqueda de la luz física y radiante, de carácter óptico. Tal intención la llevó a efecto en su estudio, procurando encontrar la luz y manejarla desde diferentes perspectivas. Trátase, pues, de la descripción de la casa-taller del muralista en Guadalajara, lo que le da pie a Rodríguez para explicar la manera en que Orozco ordenó, construyó y decidió los espacios físicos de ese taller. Después del deceso del pintor en 1949, el taller se convertiría en un museo, a iniciativa de su esposa, Margarita Valladares de Orozco, contando, pare ello, con la ayuda del gobierno de Jalisco y del Instituto Nacional de Bellas Artes. Fue su inauguración el motivo por el cual se realiza este artículo, enalteciéndose en él la obra museográfica de Fernando Gamboa, en coordinación con la hija del mismo, Lucrecia Orozco. Finalmente, Rodríguez reconoce que en esa casa-taller —que albergó los sueños pictóricos de Orozco, que contiene bocetos y dibujos iniciales de obras importantes— palpita la extraordinaria personalidad del artista.