En junio de 1968, poco después del Mayo francés, la aparición de una cláusula de censura en la convocatoria al Premio Braque promovido por la embajada francesa desencadenó una reacción conjunta de la vanguardia de Rosario (que editó y repartió este manifiesto) y de Buenos Aires. La reglamentación conminaba a los artistas invitados a “señalar la posible existencia de fotos, leyendas o escritos que integren la obra”. Aún así los organizadores se reservan el derecho de “efectuar los cambios que juzgaren necesarios” en ellas. Si con esto se pretendía impedir la manifestación en el premio del curso antiinstitucional que venía adoptando la vanguardia, la censura tuvo un efecto retroactivo de boomerang. Los artistas renunciantes decidieron intervenir en la ceremonia de entrega de los premios, el 16 de julio en el Museo Nacional de Bellas Artes. A lo largo de veinte agitados minutos, tiraron volantes del FATRAC (Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura), huevos podridos y bombas de mal olor contra funcionarios y, sobre todo, contra la obra premiada —su autor, Rogelio Polesello, la había hecho en base a los colores de la bandera francesa. Hubo forcejeos, golpes y corridas en el interior del museo. Todo terminó con una fuerte represión de las fuerzas de seguridad: la policía intervino rápidamente, clausurando las puertas de entrada, y se llevó detenidas a nueve personas, las cuales fueron condenadas a 30 días de cárcel.
Esta nota, publicada en Confirmado, importante semanario de información general, es un agudo comentario que ubica estos sucesoscruciales en la secuencia de los episodios anteriores y en medio de una perspectiva vertiginosa hacia el futuro.
Horacio Verbitsky era, en ese entonces, un joven periodista que formaba parte del equipo de Rodolfo Walsh en experiencias de periodismo alternativo, en particular en el Semanario CGT, órgano de la central obrera opositora a la dictadura del General Juan Carlos Onganía, aparecido a partir de mayo de 1968.
En tales incidentes se reitera la apelación a procedimientos propios de las organizaciones políticas radicalizadas (el acto relámpago, el volanteo, la agitación, las proclamas —tanto orales como escritas—, los huevos podridos, petardos o bombas de mal olor), lo que señala, una vez más, cómo las acciones de los artistas incorporan procedimientos propios de ciertas formas de intervención política.