Como en la última escena del acto anterior, el texto es atribuible a Graciela (Gachita) Amador y la xilografía a Xavier Guerrero, aunque no esté firmada. En este caso la imagen sí está asociada al texto, ya que aparece un pintor flanqueado por dos revolucionarios, mientras realiza un mural con el emblema de la hoz y del martillo. Sobre sus cabezas revolotean tres murciélagos, uno de los cuales porta la leyenda "reaccionarismo". El grabado posee elementos de simbología masónica, lo cual resulta paradójico en relación con la trama, en la que se considera a los masones como parte de las "momias". La escena crea una farsa dentro de la farsa y ofrece una corrosiva respuesta a la embestida contra las pinturas murales por parte de la intelectualidad consagrada. Para abundar en los elementos satíricos, se describe un escenario propio de una película de terror del expresionismo alemán. La metáfora llega a la puerilidad: los intelectuales "vampiros" absorben el pensamiento de los jóvenes e implantan el suyo, convirtiéndolos en "murcielaguillos". Las momias, seres de otros tiempos, desconocen las nuevas ideas científicas. De esta manera, se plasma la contradicción entre los mundos pre y pos-revolucionario. Ante los actos de vandalismo contra los murales de la Escuela Nacional Preparatoria, acontecidos en julio de 1924 y en fechas posteriores, los pintores de ese gremio contaban con pocos recursos. Entre ellos, entrar al duelo de descalificaciones y desestimar la opinión de quienes los llamaban "pintamonas", por ser ajenos a los valores supremos de la modernidad y la revolución. Por obvias razones, en la lista de intelectuales reaccionarios, ya sean místicos o bien institucionales, José Vasconcelos (1882-1959) es el gran ausente.