Aunque esta escena de la farsa no está firmada, sigue la secuencia y el estilo de las anteriores, por lo que es atribuible a Graciela (Gachita) Amador; si bien la xilografía que la ilustra tiene la firma de Xavier Guerrero y no guarda una relación evidente con la trama. Por otra parte, presenta a un maestro obrero impartiendo clases a unos niños. Respecto al contenido, es sintomático que se juzgue a los intelectuales después que a los soldados traidores, pues se les consideraba de una calaña semejante. A diferencia de los personajes anteriores, referidos en abstracto, en este acto se emplean los nombres verdaderos de los intelectuales y artistas a quienes los editores de El Machete catalogaban como enemigos y, por extensión, los de todo el pueblo. Pese a la ausencia de calidad literaria, la escena no podría pasar desapercibida por su tono rabioso, mordaz e iconoclasta, así como por su convocatoria al linchamiento. A semejanza de la Santa Inquisición, el tribunal de izquierda imaginario elabora una especie de index de escritores y pintores prohibidos en la sociedad del futuro, entre los que destacan Francisco Bulnes, José Elguero, Antonio Caso, el Dr. Atl, Juan Sánchez Azcona y Jaime Torres Bodet. A través de este tipo de discurso, los comunistas no tenían empacho en ganarse enemigos pues, pese a su marginalidad, guardaban la profunda convicción de ser depositarios de la única verdad posible —actitud que David Alfaro Siqueiros (1896-1974) condensaría años más tarde con el apotegma: "no hay más ruta que la nuestra". En los hechos, la relación con algunos de los intelectuales no mencionados aunque pertenecientes a los mismos círculos criticados, era mejor de lo que estaban dispuestos a admitir. En suma, este episodio debe leerse no como un arrebato de antiintelectualismo, del tipo de aquellos que ciertos sectores de la izquierda protagonizarían de forma recurrente a lo largo del siglo XX, sino como una manifestación de pretendida superioridad política, artística e intelectual.