Con la fuerza de un predicador, David Alfaro Siqueiros (1896-1974) lanza una invectiva contra todos los hombres que habían ocupado una curul a lo largo de los ciento tres años de vida nacional independiente (1821-1924), a quienes acusa de todos los vicios y prevaricaciones existentes. De acuerdo con su estadística imaginaria, el noventa por ciento fue reclutado de la hez de la sociedad (jugadores, borrachos de cantina, vividores, criminales, etc.), el cinco por ciento entre los “semiintelectuales” y el restante entre hombres bien intencionados, pero corruptibles. No obstante, el autor no sólo no se oponía a las elecciones “burguesas”, sino que consideraba ejemplares las enseñanzas de los social-demócratas europeos, en un sentido diametralmente opuesto a la línea leninista y a las directrices de la Tercera Internacional, la cual calificaba esa tendencia de “reformista” o “menchevique”. Al respecto, se puede especular en dos sentidos: o el autor desconocía en ese momento la línea política soviética o su pragmatismo rebasaba cualquier otra consideración.
En el contexto nacional, la conclusión de Siqueiros parece ingenua a la luz de las deficiencias de los mecanismos de representación popular establecidos por la constitución de 1917; la debilidad del sistema de partidos (ninguno existía verdaderamente como tal) y de las instituciones encargadas de los procesos electorales; los vicios de la clase política descritos y, sobre todo, el predominio de la fuerza militar en detrimento de las posibilidades de organización de otros actores sociales. Sin embargo, la pasión que despertaba la política en el pintor lo llevaría a asumir sus propias consignas en el sentido organizativo y, por ende, a insertarse en una dinámica de activismo febril como dirigente sindical en Jalisco, entre 1926 y 1930.